martes, 11 de noviembre de 2008

CUATRO CONSUELOS PARA UN ENFERMO

El hombre está llamado a la felicidad, pero experimenta en su vida muchas formas de dolor. ¿Por qué sufrimos? ¿Para qué sufrimos? ¿El misterio de la cruz esconde algún significado? ¿El dolor físico o moral puede ser positivo en una persona? Para los católicos estos interrogantes no quedan sin respuesta.
El dolor es un misterio que la razón no alcanza a comprender. Con Jesucristo, que nos espera en el cielo, el dolor, la enfermedad y los momentos oscuros de la existencia humana adquieren una dimensión esperanzada. ¡Qué diferencia entre aquellos que sufren desesperados y sin Dios, con los que ofrecen su dolor con amor y gozo!

1) La enfermedad es la expresión más frecuente y más común del sufrir humano. El sufrimiento se transforma cuando se es consciente de la cercanía de Dios en esos momentos. Quien sufre generosamente y ofrece su dolor, recibe paz interior y alegría espiritual. El que sufre con esos sentimientos no es una carga para los demás, sino que contribuye a la salvación de todos con su sufrimiento. Jesucristo quiso redimirnos con la moneda del dolor.
2) El sufrimiento revela al hombre su propia identidad. “La enfermedad consigue a veces que el hombre caiga de su pedestal de arrogancia y se descubra tal y como es: pobre, desvalido, necesitado de la ayuda de Dios. La enfermedad conduce con frecuencia a cambios radicales en la vida y en la relación con Dios de una persona” (Juan Pablo II). Son muchos los que se acercan a Dios con motivo de su enfermedad. Probablemente no se acercarían a Cristo si estuvieran sanos. La enfermedad, cuando se acepta con amor, nos acerca a Jesucristo.
3) Desde el lecho del dolor, cuando se ha visto sufrir a un ser querido o en los momentos duros de la vida, podemos considerarnos olvidados por Dios. ¡Nadie está solo frente al misterio del sufrimiento! Se está con Cristo, que da sentido a todos los momentos de la vida incluso el sufrimiento y la muerte, así como a las alegrías de la vida humana.
Si llegara a brotar la tentación del desaliento, recuerden lo que dijo Isaías: “En tiempo favorable te escucharé, y en día nefasto te asistiré” (Isaías 49, 8). Los enfermos están llamados a unir su dolor a la Pasión de Cristo y a anunciar el Evangelio de la esperanza en el cielo. Los hombres que conviven con el sufrimiento pueden convertirse en portadores de paz para los demás, en medio de sus cruces.
4) “Son muchos los milagros que el Señor realiza en los cuerpos de los enfermos, pero son más y más importantes los que realiza en sus almas. El Evangelio nos ha transmitido numerosos ejemplos del trato de Jesús con los enfermos: el ciego que pedía junto al camino (cf. Mc 10, 46, ss), la hemorroisa (cf. Lc 8, 40, ss), el hombre que tenía una mano paralizada (cf. Mt 12, 9, ss), la mujer encorvada (cf. Lc 13, 11, ss), los leprosos (cf. ibíd., 17, 12 ss)” (Juan Pablo II).
Los cristianos creemos que Cristo nos puede sanar, pero quizá dudamos que nos quiera sanar. Cristo puede y quiere curarte como a los enfermos que sanó en el Evangelio. Quienes buscan recuperar la salud, pueden ofrecer su enfermedad por la Iglesia, conscientes del valor salvífico que tiene el sufrimiento humano unido a la cruz del Señor. Pidamos a Dios la conveniente salud del cuerpo y del alma.
La cruz no debe cambiar, lo que debe cambiar es la actitud. La cruz es propia de la vida; la diferencia está en clavarse con o sin Cristo. La cruz tiene dos alas para elevarnos a Dios. “Los bienes sin Cristo son males, y los males con Cristo son bienes”.
Ricardo Ruvalcaba

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