El Papa no dijo nada nuevo. Medios de comunicación, gobiernos, organizaciones… le han criticado por no reconocer el problema real del SIDA ni querer afrontarlo directamente. Y yo me pregunto, ¿han leído lo que dijo Benedicto XVI?
La respuesta fue completa y directa. El problema del SIDA es doble: por una parte, cómo evitar la difusión de esta enfermedad, que en algunos países es galopante; por otra, la atención a los que sufren esta enfermedad.
El Papa dio una solución para ambas problemáticas: a la primera, humanizar la sexualidad (y aquí venía su crítica a los preservativos); a la segunda, la cercanía, amor y cuidado de todos los que sufren. Y en ambos campos, la Iglesia es pionera y punta de lanza.
Con estas respuestas el Papa demostró que conoce muy bien la realidad del SIDA, incluso mejor que aquellos que le critican. Es un hecho que el mayor factor para la difusión de esta enfermedad es la promiscuidad sexual.
Los preservativos no pueden ser la solución, pues además de no ser 100 por ciento seguros contra la transmisión de enfermedades venéreas, promueven la promiscuidad, elevando así el riesgo de contagio.
La Organización Mundial de la Salud informaba hace algunos años que la proporción de fallo del condón para la transmisión del SIDA oscila entre el 10 y el 30 por ciento, dependiendo de si se emplea de manera consistente y correcta, o no.
Nótese que, incluso utilizándolo de manera correcta, hay siempre un riesgo de contagio. Con estos datos, la doctora Helen Singer-Kaplan de la Universidad de Cornell concluía que “confiar en los preservativos es coquetear con la muerte”.
Por su parte, el Harvard’s Center for Population and Development Studies llegó a la siguiente conclusión en un estudio realizado sobre este tema: tras 20 años de experiencia, no hay ninguna prueba de que los preservativos ayuden a disminuir el SIDA; más bien parece lo contrario.
Es obvio: la mejor forma para detener el contagio es la abstinencia. Y esto no sólo lo demuestra la lógica más evidente, sino también los hechos. Tenemos el ejemplo de Uganda, donde el SIDA avanzaba de modo imparable con los planes de reparto masivo de condones, hasta que el presidente optó por cambiar la estrategia e impulsó la educación en la castidad.
Promoviendo la abstinencia sexual antes del matrimonio y luego la fidelidad conyugal, se logró reducir en un 65 por ciento las relaciones sexuales “casuales”, disminuyendo así la prevalencia del virus HIV entre los jóvenes de entre 15 y 19 años en un 75 por ciento, entre los de 20 y 24 en un 60 por ciento, y en el conjunto de la población en un 54 por ciento. Los hechos hablan por sí mismos.
Pero, a menudo, cuando se habla del SIDA se olvida a los enfermos que lo sufren. El Papa no les ha olvidado y la Iglesia tampoco. Me gustaría saber qué hacen todos aquellos que dicen que la Iglesia no hace nada para combatir el SIDA: a cuántos enfermos han ido a visitar, consolar, animar, ayudar… ¿No están realmente preocupados por ellos?
Esto sí lo hace la Iglesia. Ella sí se compromete con los que sufren. Basta ver a tantos misioneros, tantos religiosos y religiosas que lo han dejado todo (patria, familia, carrera, dinero, posibilidades de éxito…) para ir a cuidar, curar y acompañar a sidosos, leprosos, tuberculosos… poniéndose ellos mismos en riesgo de contagio, con el único deseo de llevar un poco de amor a esas personas que sufren tanto.
Se calcula que el 25 por ciento de la atención mundial a enfermos de SIDA la ofrece la Iglesia Católica. Ningún otro estado, gobierno o institución se acerca, ni de lejos, a este compromiso con el mundo del sufrimiento.
Éstas son las soluciones que ha propuesto el Papa, soluciones que sí han sido y están siendo eficaces, no como el preservativo, que sólo sirve para que algunos hagan negocio. Ante los datos tan evidentes a este respecto, surge la pregunta sobre la intención de quienes promueven el uso de preservativos contra el SIDA: ¿se trata de ayudar a la sociedad africana o de aprovecharse de ella?
Si se quiere ayudar, que se invierta más en educación, sistemas sanitarios, higiene y menos en condones. Que se renueve y humanice la visión que Occidente tiene de la sexualidad, y que haya un verdadero compromiso con los que sufren esta enfermedad.
Carlos Pí
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