Cada vez pareciera ganar más seguidores la creencia de una supuesta neutralidad moral de la técnica.
Por el contrario, siempre nos pareció peliagudo encontrar argumentos con los que, por ejemplo, atenuar la responsabilidad moral de los científicos que participan en el diseño y la fabricación de armas atómicas o biológicas.
Sería inadmisible que el investigador adujera ignorancia sobre el posible uso que pudiera darse a una ojiva nuclear o a un nuevo virus que acaba de diseñar. Ellos conocen bien la utilidad de lo que acaban de hacer.
Si les alcanza o no esa aspirina para calmar su conciencia, no lo sabemos, pero lo real es que desde el punto de vista moral tales tareas no son neutras ni inocentes porque, digámoslo otra vez, no existe la moral de la pura eficacia.
En realidad se trata del relativismo cultural, que se hace ver a cada momento en este comienzo de milenio. Tal como en la ciencia, la técnica, la filosofía etc., también desde la política nos dicen que el pluralismo ético es la manera de ser de la democracia.
En este sentido, hace unos días, el jefe de gobierno porteño, dijo que no apelaría el fallo que ordenó al registro civil que case a dos gays. Sus razones fueron: “es un paso adelante”, “el mundo va en esa dirección”, “es natural, estoy tranquilo y contento, que sean felices,” “esta bien siempre que no afecte a terceros”, etc. y otras igualmente insignificantes.
No sería posible sobre estas difusas vaguedades de Macri sostener una discusión sobre el tema, pero aunque pocos consideren que las decisiones políticas tienen contacto con la razón, no deja de inquietar que los dirigentes consigan con ese libreto tan penosamente vacío, manipular a sus seguidores para que acepten cualquier cosa.
Sería demasiado pedirle a Macri que se detenga a reflexionar un momento antes de apresurarse a tomar semejante decisión. ¿Qué tipo de sociedad querrá construir? Y en todo caso la nueva estructura social ¿la sustentaría en semejantes tosquedades?
Entre los miembros de su partido ¿no habrá quienes sientan el menoscabo de verse comprometidos a aceptar graves determinaciones que prescinden de los principios no ya religiosos sino de la ética natural y afectan fieramente el comportamiento de futuras generaciones basados en que Macri está “tranquilo y contento”? ¿No es demasiado poco para atentar de esa manera contra la familia y en consecuencia contra el bien común?
La tesis relativista de Macri, la del todo bien, y el vale todo, la que probablemente no aplicó ni para el futbol, nos la trae ahora a la precursora y progresista ciudad de Buenos Aires avalando con su no apelación, el “matrimonio homosexual”.
Relativismo y progresismo y conquistas y liberaciones que han hecho del siglo XX uno de los más sanguinarios de la historia. Ese tiempo atroz fue posible por el rechazo, por la negación de cualquier norma moral, fue posible por aceptar que todas las concepciones sobre el bien del hombre son igualmente verdaderas y tienen el mismo valor.
Nadie duda de que en el plano político hay diversidad de opciones éticamente aceptables e infinidad de estrategias posibles para llegar a un fin determinado que se ordene al bien común de la sociedad.
Pero hay también otros principios morales “no negociables”, hay principios donde la tolerancia engañosamente entendida no tiene lugar, ni puede invocarse sentimentalismo alguno. Estamos hablando de la dignidad y el respeto de la persona humana desde la concepción hasta su muerte natural y naturalmente del valor sustancial de la familia fundada en el matrimonio monogámico entre personas de sexo opuesto y también de la libertad de los padres en la educación de sus hijos.
Por lo que venimos observando no advertimos mayores diferencias en el modo de entender y ejercer la política entre partidos supuestamente antagónicos. Existe un jefe que, sin debate, ni consultar la opinión de nadie y como en este caso sin razones, un mandamás que unilateralmente decide lo que le parece y por otra parte “sumisos” legisladores que se inclinan silenciosos ante la voluntad del patrón.
Aún la cita de un hombre claramente no religioso como Heidegger puede aportar cierto destello de luz a la conciencia de algunos funcionarios: “Por lo que yo sé —decía el filósofo en una entrevista diez años antes de su muerte— según nuestra experiencia humana e histórica, todo lo esencial y grande ha surgido cuando el hombre tenía un hogar y estaba enraizado en una tradición”.
Miguel De Lorenzo
No hay comentarios:
Publicar un comentario