El primer derecho que conviene anunciar es el derecho a la vida, desde la concepción hasta su conclusión natural
El pasado 19 de diciembre, el cardenal arzobispo de Barcelona, Lluís Martínez Sistach, en su homilía titulada El primero de los derechos humanos, denunció la gravedad de los atentados contra la vida humana, especialmente aquellos que tienen que ver con cualquier forma de aborto inducido o de eutanasia.
El cardenal afirmaba en esa homilía que “el primer derecho que conviene anunciar es el derecho a la vida, desde la concepción hasta su conclusión natural”, y, ante las actuales disposiciones legales españolas, “que permiten una mayor extensión de los abortos”, denunciaba que “este hecho compromete gravemente la conciencia de los ciudadanos y en concreto de los legisladores”.
Por su interés, reproducimos íntegramente a continuación su homilía.
El primero de los derechos humanos
El domingo dentro de la octava de Navidad es la fiesta de la Sagrada Familia, que coincide también con la Jornada por la Familia y la Vida. Este año la celebramos el 28 de diciembre, fiesta de los Santos Inocentes. En este día recordamos y celebramos a los niños que sufrieron la trágica muerte que nos narra el evangelio de Mateo a causa de la persecución de Herodes contra Jesús niño.
Al recordar la muerte de los Inocentes, recordamos también toda la crueldad inhumana presente en nuestro mundo, de gente que sólo busca su propio interés, sin importarle para nada el dolor y el mal que puede provocar con su forma concreta de actuar.
Todo dolor y todo sufrimiento es una realidad que nos interpela, pero lo hace con mayor motivo cuando se trata del sufrimiento de los inocentes. En este día me parece que no podemos olvidar un hecho trágico de nuestra sociedad, que por desgracia tiende a extenderse por muchos países, también en el nuestro. Me refiero al elevado número de abortos y a las leyes que sobre esta cuestión se preparan.
El Concilio Vaticano II -que siguiendo las orientaciones del buen Papa Juan XXIII no quiso ser un concilio de condenas y prohibiciones, sino que quiso aplicar la siempre necesaria medicina de la misericordia- no dudó en afirmar que el aborto libremente provocado es un “delito abominable” y constituye siempre un desorden moral particularmente grave. No es un derecho, es un triste fenómeno que contribuye gravemente a la difusión de una mentalidad contra la vida.
El primero de los derechos humanos es el derecho a la vida, reconocido en la Constitución española. Por tanto, el primer derecho que conviene anunciar es el derecho a la vida, desde la concepción hasta su conclusión natural, que condiciona el ejercicio de todos los otros derechos y de aquí la gravedad de toda forma de aborto inducido y de toda eutanasia. El papa Juan Pablo II, en su encíclica sobre la doctrina social de la Iglesia titulada ‘Centessimus annus’, dice que una parte integrante del derecho a la vida es “el derecho a crecer bajo el corazón de la madre después de haber sido engendrado, como lo es también el derecho a vivir en una propia familia unida y en un ambiente moral favorable al desarrollo de la propia personalidad de cada niño”.
Ante el hecho -que vive actualmente nuestro país- de unas disposiciones legales que permiten una mayor extensión de los abortos, que alcanzan ya una cifra estremecedora y socialmente tan negativa en un país de muy baja natalidad, he de decir que este hecho compromete gravemente la conciencia de los ciudadanos y en concreto de los legisladores. Hemos de tener presente que ante situaciones como ésta, en que van implícitas exigencias morales fundamentales e irrenunciables, el testimonio cristiano se ha de considerar como un deber también irrenunciable.
A menudo se califica de intromisión la actitud de la Iglesia cuando emite un juicio moral sobre problemas, como en este caso, relativos a la ética de la vida. Pero la Iglesia no se sustrae a las exigencias de una interpretación correcta de la laicidad, porque no quiere ejercer un poder político ni eliminar la libertad de opinión de los católicos sobre cuestiones contingentes. Pero lo que intenta en cuestiones morales graves, como es el tema del aborto, consiste en instruir e iluminar las conciencias de los fieles, sobre todo de los que están comprometidos en la vida política, a fin de que su actuación esté siempre al servicio de la promoción integral de la vida, de la persona y del bien común.
Lluís Martínez Sistach
Cardenal Arzobispo de Barcelona
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