El “genericidio” según la revista “The Economist”
LONDRES, jueves 11 de marzo de 2010 (ZENIT.org).- La revista británica The Economist, en su número de 4 de marzo, publica un artículo que denuncia la masacre de niñas en el mundo, que asciende al menos a cien millones, y a la que denomina “genericidio”.
El artículo está titulado: The war on baby girls. Gendercide. Killed, aborted or neglected, at least 100m girls have disappeared --and the number is rising (“La guerra contra las niñas. ‘Genericidio’. Asesinadas, abortadas o abandonadas, al menos cien millones de niñas han desaparecido – y el número está aumentando”).
El artículo de The Economist evoca la situación de una joven pareja que espera su primer hijo en una región pobre del mundo pero en fuerte desarrollo. Las costumbres tradicionales les han enseñado a preferir a los hijos varones respecto a las niñas. Esta joven pareja puede acceder a una ecografía que le dice que el no nacido será niña. Ante esto, ¿qué hace?.
Para millones de parejas, asegura The Economist, “la respuesta es: aborto para las niñas, vida para los varones. En China y en el norte de la India, nacen 120 niños de sexo masculino por cada 100 niñas. La naturaleza demuestra que los varones, aunque por poco, están más expuestos a las enfermedades infantiles. Pero esto no tiene valor en el platillo de la balanza”.
“Para quienes se oponen al aborto esto es un verdadero genocidio”, afirma The Economist. Para esta revista, aún cuando se pronuncia por un aborto “seguro, legal y excepcional”, “la suma de las acciones individuales tiene un efecto catastrófico para la sociedad”.
Sólo China –afirma- tiene un número de hombres no casados –los llamados “ramas desnudas”- equivalente al número de los jóvenes varones de toda América. En algunas zonas, jóvenes varones sin raíces crean serios problemas: en las sociedades de Asia donde casarse y tener hijos es la única vía reconocida de la sociedad, los hombres solteros son como criminales. La delicuencia, tráfico de mujeres, violencias sexuales, aparte del número de suicidios femeninos, están en continuo movimiento y aumentarán a medida que las generaciones desequilibradas lleguen a la madurez.
The Economist asegura que “no es una exageración hablar de ‘genericidio’. Las mujeres están desapareciendo –abortadas, asesinadas, empujadas a la muerte--. En 1990, el economista indio Amartya Sen calculó el número de cien millones: la cifra es mucho más alta hoy.
La revista da por hecho que muchas personas saben que en China y en el norte de la India “hay un número innatural de varones”. “Pero pocos se dan cuenta –añade- de lo profundo que es este problema y cuánto está aumentando”.
En China, la relación entre sexos es de 108 varones contra 100 mujeres en la generación nacida en 1980. Para las generaciones de 2000 es de 124 a 100. En algunas provincias chinas, llega a 130 contra 100. La destrucción está en sus peores niveles en China pero existe en otras partes. Otras regiones de Asia oriental, entre ellas Taiwan y Singapur, algunos estados ex comunistas en los Balcanes occidentales y en el Cáucaso, y algunos grupos de la población americana (los chinoamericanos o los japoneses por ejemplo). En todas estas realidades hay una ratio distorsionada de selección sexual.
“El ‘genericidio’ existe en casi todos los continentes. Afecta a pobres y ricos, ignorantes o instruídos, hindúes, musulmanes, confucianos, del mismo modo”, afirma la revista.
Ni siquiera la riqueza es un freno. Taiwan y Singapur tienen economías florecientes. Dentro de China e India, las zonas con peores casos de ‘genericidio’ son las más ricas y con mayores niveles de instrucción. Y la política del hijo único en China puede ser sólo parte del problema, visto que también afecta a otros países que no tienen esta ideología.
La eliminación de fetos femeninos, según The Economist, es consecuencia de tres factores: la arraigada y antigua preferencia por los hijos varones, la moderna propensión a crear familias pequeñas y el uso de tecnologías de ultrasonidos que permiten identificar con certeza el sexo del niño con una diagnosis prenatal.
Sólo un país ha decidido invertir la tendencia. En 1990, Corea del Sur tenía una relación entre varones y féminas igual o superior al de China. Hoy está volviendo a los niveles de normalidad. Esto no se ha verificado por una elección querida sino porque ha cambiado la cultura de la población. La educación femenina, actitudes antidiscriminatorias, y leyes a favor de la paridad de derechos han hecho que la preferencia por los hijos varones se haya quedado pasada de moda y anacrónica.
Pero esto, advierte la revista, sucedió cuando Corea del Sur era un país rico. Si China e India –con ingresos de un cuarto y un décimo de Corea- esperan a alcanzar el mismo nivel económico, habrán pasado muchas generaciones.
Para agilizar el cambio, opina The Economist, se deben realizar algunas acciones. “Sobre todo China debería retirar la política del hijo único. Pero las autoridades se opondrán en cuanto que temen el aumento de la población, así como han rechazado la preocupación de Occidente por los derechos humanos”.
Sin embargo, la publicación predice que “la limitación del hijo único no será utilizada por mucho tiempo para reducir la fertilidad (otros países de Asia han reducido la presión de la población tanto como China”. Recuerda que “el presidente Hu Jintao ha declarado que “crear una sociedad armónica” es una de sus principales intenciones: y esto no se podrá lograr si permanece una política tan profundamente hostil a la familia”.
Y concluye The Economist proponiendo que todos los países promuevan “el valor del sexo femenino. Hay que animar la educación de las mujeres; abolir las leyes y los usos que impiden a las mujeres heredar; abolir los límites relativos al sexo en los hospitales y clínicas; insertar a las mujeres en la vida pública en cualquier función –desde anunciantes televisivas hasta vigilantes--. Mao Zedong afirma: ‘Las mujeres sostienen la mitad del cielo’. El mundo debe hacer más que prevenir un ‘genericidio’, ¡debe evitar que se nos caiga el cielo encima!”.
Para ver el artículo completo: http://www.economist.com/opinion/displaystory.cfm?story_id=15606229.
Por Nieves San Martín
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