Quizá el más “lindo” y coqueto cementerio de la Tierra, pero en estado de abandono... Y si hubiéramos dejado, allí también, todo tipo de animales como en el Arca de Noé para diversión y alimentación de sus habitantes, es decir, un macho y una hembra de mono, de elefante, de león, de perro, de pájaro, de gato, de tigre, de gallina, de caballo, un toro y una vaca, etcétera, ¿qué encontraríamos allí? Millones de vacas y toros con sus terneros, gallos y gallinas con sus pollos, padrillos y yeguas con sus potrillos…
Todos felices, retozando entre pastos y verdes praderas, con todos los matices, que la naturaleza les brinda.
¿Acaso Dios, el Creador, ha querido que se multipliquen los homosexuales y gocen de la Tierra, mientras puedan? Pero, ¿cómo se han de multiplicar, sin un padre y una madre que les dé la vida? Se entiende esta idea, ¿o no está claro todavía el futuro que estamos fabricando?
Igualmente, se me ocurre una isla monasterio. Donde todos fueran monjes castos, o monjas castísimas. Al cabo de cierto tiempo de rezar y rezar, sólo rezarían por los fieles difuntos. Existiría un último o última religiosa, que debería enterrar a todos y seguir rezando por sí, hasta su último suspiro.
¿Habrá querido Dios, Creador del Universo, hacer un mundo sólo de seres humanos religiosos y castos? ¿O más bien, cuando creó a los primeros humanos, los hizo varón y mujer, y les dio libertad para que se multipliquen y se sirvan de toda la Creación, aprovechando todos los recursos existentes y la inteligencia para usarlos? Se me ocurren otras islas, como la isla de la guerra o la del aborto, de la libertad sexual total y la isla de la familia...
En otra isla, un poco más separada de las demás, podemos promover la guerra permanente, hasta lograr la destrucción total. Si introducimos las armas más sofisticadas que hemos inventado, ¿cuánto podemos durar? ¿Cinco minutos?
La del aborto o libertad sexual, muy de moda últimamente en el mundo, le permite a la mujer utilizar su cuerpo a su antojo, es decir, podrá mantener relaciones con hombres a su gusto. Habrá unos días de incomodidad, pero serán pasajeros. Nadie tendrá preocupación alguna en esta materia.
El hombre, tranquilamente podrá disfrutar a diario de una o más mujeres. Sin responsabilidad alguna. Y la mujer, no tendrá que cargar con una prole no querida y con todos los inconvenientes que sobrevienen los nueve meses de embarazo, el parto, amamantar, cambiar pañales, cuidar en las enfermedades, vestir y educar, etcétera.
No habrá Día del Niño, ni Día de la Madre o del Padre, ni del Abuelo... Se me ocurren muchas otras islas, pero se las dejo para que las imaginen ustedes, yo prefiero retirarme a mi isla de la alegría o isla de la familia. En ella sucede de todo. Hay buenos y malos, gordos y flacos, sabios y burros, ricos y pobres, laboriosos y vagos, etcétera. Bueno, como en toda familia. Dios nos creó libres, y muchas veces usamos esa libertad muy bien, pero otras muy mal.
En mi isla de la familia, todos somos parientes. Hace muchos años, Dios Creador del Universo, dejó en esta isla, por lo menos un hombre y una mujer, y los preparó para que se multiplicaran. Nadie más entró en ella. Nacieron y murieron muchos. Miles y miles se han ido encontrando y formando sus propias familias. Así, todos son primos, tíos, abuelos, sin importar el color de la piel o lugar de la isla que habitan.
A mi isla la llamamos Tierra, y es una sola, entre miles de millones de islas en el Universo. Entonces, ¿por qué no hacemos de ella la isla de la alegría? Padre Nuestro, que estás en el Cielo, santificado sea tu nombre, hágase Tu voluntad, en la Tierra como en el Cielo...
Todos felices, retozando entre pastos y verdes praderas, con todos los matices, que la naturaleza les brinda.
¿Acaso Dios, el Creador, ha querido que se multipliquen los homosexuales y gocen de la Tierra, mientras puedan? Pero, ¿cómo se han de multiplicar, sin un padre y una madre que les dé la vida? Se entiende esta idea, ¿o no está claro todavía el futuro que estamos fabricando?
Igualmente, se me ocurre una isla monasterio. Donde todos fueran monjes castos, o monjas castísimas. Al cabo de cierto tiempo de rezar y rezar, sólo rezarían por los fieles difuntos. Existiría un último o última religiosa, que debería enterrar a todos y seguir rezando por sí, hasta su último suspiro.
¿Habrá querido Dios, Creador del Universo, hacer un mundo sólo de seres humanos religiosos y castos? ¿O más bien, cuando creó a los primeros humanos, los hizo varón y mujer, y les dio libertad para que se multipliquen y se sirvan de toda la Creación, aprovechando todos los recursos existentes y la inteligencia para usarlos? Se me ocurren otras islas, como la isla de la guerra o la del aborto, de la libertad sexual total y la isla de la familia...
En otra isla, un poco más separada de las demás, podemos promover la guerra permanente, hasta lograr la destrucción total. Si introducimos las armas más sofisticadas que hemos inventado, ¿cuánto podemos durar? ¿Cinco minutos?
La del aborto o libertad sexual, muy de moda últimamente en el mundo, le permite a la mujer utilizar su cuerpo a su antojo, es decir, podrá mantener relaciones con hombres a su gusto. Habrá unos días de incomodidad, pero serán pasajeros. Nadie tendrá preocupación alguna en esta materia.
El hombre, tranquilamente podrá disfrutar a diario de una o más mujeres. Sin responsabilidad alguna. Y la mujer, no tendrá que cargar con una prole no querida y con todos los inconvenientes que sobrevienen los nueve meses de embarazo, el parto, amamantar, cambiar pañales, cuidar en las enfermedades, vestir y educar, etcétera.
No habrá Día del Niño, ni Día de la Madre o del Padre, ni del Abuelo... Se me ocurren muchas otras islas, pero se las dejo para que las imaginen ustedes, yo prefiero retirarme a mi isla de la alegría o isla de la familia. En ella sucede de todo. Hay buenos y malos, gordos y flacos, sabios y burros, ricos y pobres, laboriosos y vagos, etcétera. Bueno, como en toda familia. Dios nos creó libres, y muchas veces usamos esa libertad muy bien, pero otras muy mal.
En mi isla de la familia, todos somos parientes. Hace muchos años, Dios Creador del Universo, dejó en esta isla, por lo menos un hombre y una mujer, y los preparó para que se multiplicaran. Nadie más entró en ella. Nacieron y murieron muchos. Miles y miles se han ido encontrando y formando sus propias familias. Así, todos son primos, tíos, abuelos, sin importar el color de la piel o lugar de la isla que habitan.
A mi isla la llamamos Tierra, y es una sola, entre miles de millones de islas en el Universo. Entonces, ¿por qué no hacemos de ella la isla de la alegría? Padre Nuestro, que estás en el Cielo, santificado sea tu nombre, hágase Tu voluntad, en la Tierra como en el Cielo...
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