ROMA, domingo, 30 marzo 2008 (
ZENIT.org).- Una malentendida compasión por los enfermos sigue con sus intentos de legalizar la eutanasia. El parlamento de Luxemburgo votó hace poco a favor de una ley que permita su práctica, informaba el 20 de febrero Reuters.
El primer ministro, Jean-Claude Juncker, y su Partido Social Cristiano se opusieron a la ley, pero fue aprobada. Como informaba Zenit el 7 de marzo, Benedicto XVI habló sobre el tema con el primer ministro en una audiencia con él aquel mismo día.
Antes de dar la aprobación final a la legalización de la eutanasia, Luxemburgo podía haber examinado lo ocurrido en otros países. A poca distancia hacia el Norte, en Holanda, la práctica de la eutanasia para adultos enfermos terminales está ahora extendiéndose a los bebés.
En el 2005, se hacía público el así llamado Protocolo de Groningen, determinando bajo qué circunstancias los doctores podrían matar a un recién nacido. Aunque la práctica recibió duras críticas, un artículo en el ejemplar de enero-febrero de la revista de bioética Hastings Report la defendía.
En «Poner fin a la vida de un recién nacido: El Protocolo de Groningen», Hilde Lindemann y Marin Verkerk reconocían que se había acusado a estas nuevas normas de permitir una forma de infanticidio y no lograr distinguir con precisión entre casos de bebés que ciertamente morirán y aquellos que podrían seguir viviendo.
Los autores afirmaban que las críticas procedían principalmente de otros países. Dentro de Holanda, defendía, hay poca oposición a poner fin a las vidas de los recién nacidos, al menos en la mayoría de las situaciones. Distinguían tres categorías de casos: Aquellos que no tienen posibilidades de sobrevivir; aquellos que tras un tratamiento intensivo se enfrentan a un duro futuro con graves problemas.
Más controvertido, admitían, es el caso del tercer grupo que no dependen de un tratamiento médico intensivo, y que pueden sobrevivir durante años, incluso hasta la edad adulta. Entre los ejemplos de esta categoría Lindemann y Verkerk mencionaban a quienes tienen parálisis progresiva, dependencia completa o discapacidad permanente para comunicarse.
«Al dar posibilidades a estos bebés que no están en peligro de morir - y, de hecho, con los cuidados apropiados podrían vivir hasta la edad adulta - el protocolo es incluso más radical que sus supuestos críticos», observaban.
Muerte preventiva
Además, según mencionaban más adelante, el protocolo deja la puerta abierta a la eutanasia para bebés cuyo sufrimiento tendrá lugar sólo en el futuro, y que en su situación actual no sufren dolores graves.
¿Está permitido que un doctor lleve a cabo «acciones preventivas letales antes de que haya sufrimiento alguno»?, se preguntan Lindemann y Verkerk. La inquietante respuesta es: «No podemos ver razón alguna por la que, al menos en algunos casos, el curso más responsable de actuación no sea poner fin a la vida de un niño ante el avance de un sufrimiento intenso e imposible de evitar que de otra manera seguramente que estaría destinado a aguantar».
La experiencia en Norteamérica, donde el estado de Oregón aprobó el suicidio asistido en 1994, también suscita preocupación. Rita Marker, presidenta del International Task Force on Eutanasia and Assisted Suicide, analizaba la situación en un artículo publicado el 18 de diciembre en la página web InsideCatholic.com.
Quienes proponen el suicidio asistido defienden que no ha habido abusos con la ley de Oregón, observaba Marker. No obstante, explicaba, esta afirmación no puede probarse. De hecho, toda la información de los informes oficiales sobre cada caso la proporciona la misma persona que los lleva a cabo.
Además, no hay penas legales para los doctores que simplemente no informen de casos de suicidio asistido en los que hayan participado.
Asimismo, una vez que los informes individuales se presentan a las autoridades del estado y se recogen en un informe anual, se destruyen los expedientes originales. De esta forma no hay posibilidad de examinar la documentación si surgen dudas después.
Marker también criticaba la disposición de la ley de Oregón que permite que un doctor ayude a suicidarse a un enfermo mental o a un paciente deprimido. Resulta preocupante, observaba, considerando que, según el último informe oficial del estado, los doctores hayan hecho evaluaciones psicológicas o psiquiátricas sólo al 4% de los pacientes de suicidio asistido.
Leyes flexibles
Incluso sin la legalización explicita en algunos casos el sistema legal mira con una clemencia cada vez mayor a las personas implicadas en el suicido asistido. En Canadá, el National Parole Board decidió dejar libre a Robert Latimer, condenado en 1993 por asesinar a su hija Tracy, que sufría de parálisis cerebral, informaba el periódico National Post el 28 de febrero.
Latimer sostuvo que fue un «asesinato por misericordia», pero fue condenado por asesinato. Su sentencia de prisión comenzó en el 2001. El año pasado se le negó la libertad bajo palabra, dado que rechazó admitir que había obrado mal. Las autoridades, sin embargo, han cambiado pronto de parecer.
En Inglaterra, Robert Cook admitía el homicidio involuntario de su esposa Vanesa, pero su condena fue suspendida, informaba la BBC el 1 de febrero. Cook había ayudado a su esposa, que sufría de esclerosis múltiple, a suicidarse. El tribunal sentenció a Cook a 12 meses de cárcel, sentencia suspendida por dos años.
«Las leyes contra el asesinato, contra el matar a alguien, son algo vital para la protección de los más vulnerables de la sociedad», comentaba a la BBC But Andrea Williams, de la organización Care Not Killing.
Las organizaciones pro eutanasia, sin embargo, han aprovechado la ocasión para renovar sus peticiones a favor de los cambios legales que permitan el suicidio asistido. No es una buena idea, afirmaba el 5 de febrero Mick Hume, columnista de opinión del Times.
Hume observaba la tendencia de los tribunales a ver con clemencia a quienes ayudan a un enfermo a suicidarse. Esta tendencia puede conducir a casos trágicos, advertía. Citaba el caso Jennifer Allwood, que pensó que sería un acto de misericordia ahogar a su padre de 67 años que tenía cáncer.
Su padre no quería saber nada del asunto, y fue capaz de luchar por sobrevivir. A pesar de esto, Hume observaba que el pasado diciembre sólo impuso una pena en suspendida a Jennifer Allwood.
El valor de la vida
Benedicto XVI ha hablado claramente de la necesidad de respetar el valor de la vida humana ante los intentos de legalización de la eutanasia. «Aunque es verdad que la vida humana en cada una de sus fases es digna del máximo respeto, en ciertos aspectos lo es más aún cuando está marcada por la ancianidad y la enfermedad», decía el pasado 17 de noviembre a los participantes al congreso internacional organizado por el Pontificio Consejo para la Pastoral de la Salud.
«La actual mentalidad eficientista a menudo tiende a marginar a estos hermanos y hermanas nuestros que sufren, como si sólo fueran una ‘carga' y un ‘problema' para la sociedad», comentaba el Papa.
Deberíamos hacer todo lo que podamos por aliviar el dolor causado por la enfermedad, pero, al mismo tiempo, indicaba, es necesario que demostremos nuestra capacidad de amar y nuestro sentido de la dignidad humana.
El Pontífice animaba también a sus oyentes a aprender del ejemplo de Cristo en la cruz y usar su amor por nosotros para sostenernos en los momentos de prueba.
El mes pasado, la Academia Pontificia para la Vida tuvo su congreso anual precisamente sobre el tema de los enfermos incurables. En su discurso del 25 de febrero a los participantes, el Papa pedía el tratamiento médico adecuado para el enfermo, y también el apoyo a las familias que con frecuencia soportan una gran carga.
El creciente número de ancianos están amenazados por una combinación de presiones económicas y por una visión utilitarista de la persona, advertía el Papa. Pedía a las instituciones de la Iglesia y a las parroquias que crearan un ambiente de solidaridad y caridad para quienes están cerca de la muerte y, al mismo tiempo, reafirmaba la larga enseñanza de la Iglesia sobre la inmoralidad de la eutanasia directa.
El pontífice también citaba un pasaje de su reciente encíclica «Spe Salvi»: «Una sociedad que no logra aceptar a los que sufren y no es capaz de contribuir mediante la compasión a que el sufrimiento sea compartido y sobrellevado también interiormente, es una sociedad cruel e inhumana» (No. 38).
Por el padre John Flynn, L. C.; traducción de Justo Amado