"La cuestión del divorcio se ha vuelto especialmente complicada, pues en el mundo occidental se ha derrumbado el pilar legal, inspirado en el cristianismo, que sostenía al matrimonio”, mientras que “el matrimonio civil, en cambio, si bien intenta basar el matrimonio en la naturaleza de las cosas, no siempre logra conocerla. Y lo fundamenta, entonces, en concepciones sujetivas de la relación varón-mujer”. Este fundamento “es necesariamente endeble, y da pie a llamar matrimonio a cualquier fantasía, que en vez de fundamentarlo, lo destruye, expresó en su reflexión del fin de semana el arzobispo emérito de Resistencia, monseñor Carmelo Giaquinta.
Tras señalar que “hoy está de moda llamar matrimonio a cualquier convivencia entre dos personas, así sean del mismo sexo, reconocerla como ‘familia’ y darle el derecho de adoptar hijos”, subrayó que “la concepción del matrimonio que enseña Jesús y las múltiples concepciones de matrimonio de la cultura moderna son irreconciliables”.
Esta situación “plantea el interrogante” de si la Iglesia debe concentrar sus esfuerzos en “frenar el derrumbe de la legislación civil en cuanto todavía defiende rasgos del verdadero matrimonio” o en “instaurar una pastoral más adecuada para los cristianos que quieren contraer matrimonio conforme a su fe”. En este punto, consideró que “habrá que hacer un poco de lo primero, por el peso que la ley tiene en moldear la conciencia de un pueblo. Pero, sobre todo, hemos de hacer lo segundo”, que “nos corresponde a todos, a pastores y a fieles”.
Se desconoce la capacidad del niño por lo religioso
El prelado se refirió además a “una cuestión no menos grave para la evangelización”, que es “la edad de los niños para la iniciación cristiana”. Consideró que “no se tiene en cuenta la naturaleza de la fe, se desconoce la capacidad del niño por lo religioso, se piensa en modelos pastorales de otras épocas o de otros países, y, sobre todo, no se tienen en cuenta las circunstancias reales, cambiadas y muy difíciles, en que vive el niño argentino”.
“Si observásemos el mapa de la República -prosiguió-, veríamos enseguida cómo la población se concentra, cada vez más, en el Gran Buenos y en las capitales de provincia. Y que ello es producto de innumerables familias que, con sus hijos, dejan silenciosamente el campo y emigran a la gran ciudad, muchas veces sin la escuela primaria terminada y sin catequesis”.
“Ya que hablamos de “misión continental”: ¿no habremos de hacer un esfuerzo conjunto por parte de las parroquias rurales, de donde emigran lo niños, y de las de los suburbios de las ciudades que los reciben, para que los niños puedan tener su catequesis de iniciación cristiana? Mientras la sociedad piensa en proveer de píldora anticonceptiva a las adolescentes sin permiso de los padres, y se proyecta declarar imputables a los chicos de catorce años, no tiene sentido hacer discusiones bizantinas sobre la edad de los chicos para la catequesis de comunión y de confirmación. No podemos soslayar más el mandato de Jesús: ‘Dejen que los niños se acerquen a mí’”, concluyó.
Texto completo de la reflexión
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