Nos encontramos reunidos hoy, aquí en este maravilloso monumento, como símbolo de nuestra patria y de nuestras raíces, celebrando el día del niño por nacer. Estamos celebrando la vida de todos los que hemos podido nacer y de aquellos que no corrieron ese mismo destino. Nos preguntamos ¿Por qué hay que conmemorar esta fecha? ¿Por qué hay que marchar por aquellos que no tienen voz? ¿Por qué hay que luchar por la vida cuando es algo tan natural, tan humano y tan nuestro?
Es evidente que el ser humano se ha apartado del orden establecido por nuestro creador, es evidente que el relativismo reinante no permite elevar la mirada hacia las cosas más normales, sino todo lo contrario, la anormal se ha transformado en la base para explicar las manifestaciones de todo el fenómeno humano. Se subvierte de esta manera todos aquellos conceptos heredados de la filosofía perenne y de la tradición de la iglesia.
Nuestra cultura siempre se ha caracterizado por los valores de la familia, la solidaridad, la justicia social, el compañerismo, y tantos otros, que en cierta medida se transforman en virtudes ante los ojos del mundo. Pero hoy vemos que esto no es así, la cultura de muerte es la que domina la impostura del tejido social, es la que disfrazada de conceptos ambiguos ha venido a instalarse en nuestros hogares, en nuestras familias, en nuestra sociedad, y es por eso que nos urge como personas comprometidas con el ideal evangélico, enfrentar todas aquellas leyes que permitan la apertura a la matanza indiscriminada de seres humanos inocentes.
El aborto es el gran flagelo de nuestro tiempo, la humanidad todo deberá pedir perdón a las personas del futuro por no haber sido responsables de la defensa de la vida como primer derecho fundante y fundamental. La propia vida humana se ha convertida en materia disponible para realizar el antojo de los que tienen poder. El niño hoy día sufre los horrores de la guerra en el propio seno materno. El experimento del control demográfico ha dejado para la posteridad un humanicidio incomparable históricamente, se matan por millones y ni siquiera somos capaces de reflexionar sobre la lucha cristiana que debemos enfrentar como militantes y cristianos comprometidos.
Hoy es el día, hoy es cuando les decimos a nuestros legisladores “No queremos más un niño muerto por el aborto o el infanticidio”, no queremos más que se propague la cultura de la muerte, no queremos más que se aprueben leyes en contra de la naturaleza.
Hoy es el mejor día para comenzar el cambio de mentalidad anticonceptiva que se respira por toda la atmósfera social, proponiendo los valores evangélicos que hemos heredado, y de los cuales se nos pedirá cuenta cuando nos llame el nuestro creador.
Los cristianos, como todos los hombres de buena voluntad, están llamados por un gran deber de conciencia, un deber de compromiso a defender la vida desde la concepción hasta la muerte. No podemos estar de brazos cruzados porque la omisión y la indeferencia de nosotros se paga con vidas inocentes.
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