El año pasado, el entonces ministro de Salud de la provincia de Buenos Aires dispuso, mediante un acto administrativo, que en todos los hospitales se debe practicar el aborto cuando se presenten casos encuadrados en el artículo 86 del Código Penal. Ahora, en el Congreso de la Nación, las comisiones de Salud y Legislación Penal han aprobado un proyecto sobre “abortos no punibles” que en cualquier momento puede convertirse en ley. Es de temer que eso ocurra, y sin debate siquiera, habida cuenta de la desvaída figura que hace hoy nuestro máximo órgano legislativo. Este conato representa un avance hacia la legalización de la pena de muerte aplicada al niño por nacer. Se busca abrir una brecha a partir de las dos excusas absolutorias contempladas en el Código Penal, las cuales se convertirían en permisos y, al parecer, ampliados, extendidos a todo caso de violación y al peligro para la salud psicológica de la madre.
De autorizarse el aborto se incurrirá en un lamentable retroceso, pues lo que corresponde es adecuar las disposiciones penales vigentes a las nuevas certezas científicas y jurídicas y a los tratados de rango constitucional que tutelan la inviolabilidad de la vida humana desde la concepción.
La protección de la vida del niño en su estadio prenatal se formuló como derecho a nacer, generalmente aceptado en la antigüedad antes de la aparición del cristianismo. Los estudios de derecho comparado muestran que la vida humana era amparada desde la concepción en el Código de Hammurabi, en los escritos de los Vedas y en la Tradición de Manú. Asimismo, la tradición jurídica romana de tiempos de la República se oponía al aborto, aunque en el período de decadencia del Imperio se introdujeron conductas permisivas. Pero ya por entonces el cristianismo afirmaba el derecho a nacer basándose en la dignidad propia de la persona humana.
Es oportuno recordar la posición del jurista italiano Norberto Bobbio, “maestro laico de derecho y libertad” como lo llama Claudio Magris, que sostenía “el derecho fundamental del concebido, aquel derecho a nacer sobre el cual no se puede transigir”. Bobbio, un agnóstico en materia religiosa, consideraba válido en sentido absoluto el “no matar” y aplicaba este principio al caso del aborto, por el cual se dispone injustamente de una vida ajena. Además, manifestaba su asombro porque los “laicos” habían cedido a los creyentes el privilegio y el honor de afirmar que no se debe matar. A fuer de jurista consecuente agregaba: “es el mismo derecho en nombre del cual soy contrario a la pena de muerte”. En realidad, el aborto legal es peor que la pena de muerte, ya que en este caso –puramente abstracto en la Argentina– el condenado ha sido juzgado con las debidas garantías y ha tenido ocasión de defenderse. En cambio, al niño por nacer se lo sentencia sin razón, en nombre de un presunto derecho de la madre o de diversas circunstancias cuya consideración se sobrepone a la intangibilidad de su vida y de su derecho a existir. Llama la atención la incongruencia de cierto pensamiento progresista que declama el respeto de los derechos humanos pero, en el caso del aborto, aprueba la aniquilación del inocente y niega un derecho humano fundamental, presupuesto de todos los demás.
Juan Pablo II repetía que “una norma que viola el derecho natural a la vida de un inocente es injusta y, como tal, no puede tener valor de ley”. Por cierto que las leyes no son el único instrumento para defender la vida humana; sin embargo, desempeñan un papel muy importante y llegan a veces a determinar una mentalidad y las costumbres de un pueblo. Nos oponemos a la legalización del aborto porque queremos promover una nueva cultura de la vida humana, para que este don inestimable sea apreciado y acogido con amor, gratitud y alegría. No basta el esclarecimiento de las conciencias mediante la difusión de las verdades filosóficas, científicas y jurídicas sobre el hombre y su dignidad connatural; es preciso también favorecer una educación de los sentimientos y una reconversión de actitudes. Hacen falta ejemplos y obras concretas. En la arquidiócesis de La Plata, como en otros lugares del país, ofrecemos acompañamiento afectuoso y ayuda efectiva a mujeres embarazadas que se encuentran en situaciones apremiantes o desesperadas. Lo hacemos mediante el programa GRAVIDA: detrás de un número telefónico un contingente de voluntarios, y entre ellos profesionales de varias disciplinas, están dispuestos a ayudar gratuitamente a las jóvenes que llaman porque no saben qué hacer con el fruto de una concepción inesperada. GRAVIDA es la sigla de Gracias por la Vida. Aun el “embarazo no deseado” puede acabar en un ¡gracias por la vida! cuando la mamá acuna en sus brazos al bebé que ha aceptado con amor, cumpliendo así su vocación de custodia de la vida que ha madurado en su seno.
+ Héctor Aguer
Arzobispo de La Plata
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